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Muchos de nosotros, cuando todavía éramos críos, jugábamos en el patio de la escuela a la pelota, todavía no al fútbol. Éramos como  una banda de gacelas persiguiendo el balón como si fuera el último alimento del día o el premio para que el recreo se alargase unos minutos más. Siempre había un día en el que los alumnos de secundaria invadían nuestro territorio, la cancha, y nos veíamos forzados a jugar contra ellos, no por deseo, sino para mantener la honra de no ceder el espacio. Al finalizar el partido casi siempre ganaban los chicos más grandes, pero no por haber jugador mejor ni por tener más regate, juego colectivo o calidad, como se podría creer, sino por la presión; el marcaje; la fuerza; el físico; la picardía y la contundencia de la que éramos “víctimas”. En este juego de intensidad y aguante su superioridad de edad de uno, dos y hasta tres años pasaba factura. Cuando uno de nosotros tenía el balón, se acercaban como tigres a gran velocidad y así la inseguridad y el miedo se apoderaban de nosotros. Era difícil dar un pase, no nos dejaban pensar ni acercarnos al arco y en las pelotas divididas terminábamos con el cuerpo golpeado y sin el balón en nuestro poder por la agresividad de nuestros enemigos. Agresividad, no violencia.

El día de ayer el Athletic Bilbao se ha sentido como esos alumnos de primaria enfrentándose a chicos de secundaria que vestían de amarillo y negro. La diferencia es que no lo eran. Los jugadores del Atlético de Madrid eran futbolistas con las mismas condiciones y preparación que los locales. Una diferencia solo vista entre alumnos de primaria y secundaria se ha visto plasmada sobre un campo de juego de primera división española. Ese es el gran mérito que tiene el Atleti de Simeone, que le ha permitido posicionarse como el líder de la liga más difícil de ganar de todo el mundo y como rival del Barcelona en cuartos de final de la Champions. Ha hecho que los rivales queden como equipos con mucha menos preparación, físico, convicción y marcaje que la de los rojiblancos.

El partido en el Nuevo San Mamés ha sido uno de los mejores partidos que ha realizado el conjunto rojiblanco en toda la temporada por el gran reto y dificultad que suponía, y la gran respuesta con la que se salió adelante. Ese coliseo en el cual los leones habían evitado que el Madrid y el Barcelona se marchasen con la victoria, fue conquistado por segunda vez consecutiva por el Atleti, la primera en febrero por Copa y el sábado por Liga. El equipo de secundaria comenzó dubitativo y pecó por donde casi no lo había hecho esta temporada: en la defensa. Godín dejaba que le ganasen un cabezazo y Juanfran cerraba tarde, una vez más, para que Munian abriera el marcado a los 5 minutos. El uruguayo volvería a cometer otra laguna defensiva, ya en el segundo tiempo, y Miranda otro mal cierre, pero por suerte los vascos no lograrían aumentar el marcador. Si quitamos esos tres errores, daremos la bienvenida al paraíso rojiblanco, un paraíso con música de origen brasileño, de Diego Costa como abanderado.

 

El Atlético despejó los fantasmas de Almería y Osasuna tras los primeros minutos para volver a lo que es su escuela de entender el fútbol. Partido a partido, pero primero minuto a minuto. Sin Arda, sustituido por un poco convincente Sosa, Koke se convertía en el principal aliado de Costa. Pero todo el equipo comenzaba a elaborar ese rodillo de marcaje que fue aplastando, arrinconando y asfixiando a los locales. Siempre un jugador del Atleti llegaba antes al balón, siempre con mayor intensidad y agresividad.

No puedo entender los titulares en donde se atribuye a Costa toda la responsabilidad de la victoria. El brasileño, como estoy seguro que declararía, depende y necesita a todo el equipo. Muchos de sus goles nacen de un robo de balón al rival, pero ese quite se da porque tanto Gabi, Mario, Arda y compañía están presionando y nublando las opciones de pase de ese jugador que terminará por desesperarse y equivocarse en el pase. Si uno falla en la marca, todo el plan y oportunidad de recuperación se va al tacho. Diego Costa no es más líder que nunca, todo el equipo es más líder que nunca. En el primer gol, esa presión y marcaje enloquecedor terminaba por nublar al Bilbao y así Koke interceptaba un pase en mitad de cancha para ceder a Costa, que destrozaría en carrera a San José, como todo el partido, para anotar. El segundo gol llegaría de la misma manera, con un error del Bilbao en la salida que es recuperado por Koke, que asiste a Filipe para que centre el balón y que el mismo canterano anote el gol del triunfo con  la cabeza.

Hubo una vez en que ese equipo de secundaria perdió. Sucedió cuando su delantero estrella, el alter ego de Diego Costa, decidió dejar de correr porque consideraba que ya había anotado los goles y esa era su única función. Cuando el alter ego de Gabi decidió que Mario Suárez podía darse abasto solo en el medio del campo. Cuando el alter ego de Arda consideró que los 10 no deben marcar ni presionar. Gracias al Cholo, ese equipo de secundaria no es nuestro Atleti. Mientras eso no suceda, el himno de la Champions, el respeto mundial y la posibilidad de ganar la liga española y la Liga de Campeones en un mismo año será posible.

Nos vemos en el Camp Nou

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Fotos: Infierno Rojiblanco