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Antoine tiene cara de mosquetero francés. Ese bigote color ocre, quizás con algún tono de dorado por el color de su peinado, acompaña su sonrisa – aunque algunas veces grito desaforado – luego de haber puesto al arquero rival a centímetros de la pelota. Tan cerca como tan lejos, pensará el portero frente al francés que lleva los dos últimos colores de su bandera. Hay delanteros que baten al portero desde larga distancia, previa estirada de un superman derrotado. Antoine gusta de acerárseles. Se toma su tiempo; llegar al área no es sinónimo de un fusil directo al Frente Atlético.

Imagínenlo como el quinto mosquetero, con capa y espada, y también con un arco de flechas. Visto desde una avioneta, el nuevo peinado del francés tiene una forma de óvalo que termina en una flecha que apunta hacia adelante. Vista desde la posición de Gabi, su cabellera es similar a la de un caballo. Vista desde la posición del superman derrotado, es una especie de pequeña cresta – No, no es el típico pelo parado que implantó alguna vez David Beckham- con más volumen hacia el lado derecho. El día sábado contra el Rayo Vallecano nunca miró atrás. Su cabellera en forma de flecha señalaba el área contraria y cada vez que Antoine comenzaba a correr, la flecha-peinado parecía querer seguirlo y se tiraba hacia adelante. La punta de flecha no se dejaba desviar hacia el lado derecho, a pesar del mechón de pelo visible en ese lado e invisible en el izquierdo.

Antoine tiene cara de soldado medieval francés. Aquel día en que el Niño esperaba sentado en el palco su debut, los rojiblancos le dedicaron los goles con un gesto de estar disparándole una flecha. Como arqueros Robin Hood. Ese día pudimos observar la diferencia flagrante entre el gesto de arquero de Diego Godín y de Antoine. El francés se arrodillaba y hacía un movimiento estéticamente tan delicado que si lo congeláramos y le colocáramos un arco en sus manos no estaría lejos de encajar. Con la boca abierta y los ojos mirando el más allá, quizás buscando a alguien, lanzaba una flecha imaginaria con una expresión de tener la última oportunidad de tirar correctamente contra el enemigo. Estaba en un partido de fútbol pero su mirada parecía calcular la distancia del tiro. Si en ese momento hubiera estado en un monte, rodando una película de guerra medieval, nadie hubiera notado la diferencia. Y luego vemos a Godín en la misma posición, sonriendo como la mala imitación, arrodillado también pero en una posición que parece de tiro de bala, o de honda o resortera. La flecha por ningún lado.

Antoine corre con sus brazos y piernas. Alguna vez la periodista ecuatoriana Sabrina Duque dijo que Cristiano Ronaldo corría como un pavo real. Erguido, siempre lleva los brazos estirados hacia abajo y muy cerca de su cadera. Antoine no. Sus brazos se mueven hacia arriba de manera tan veloz que pareciera que, además de sus piernas, estos también estuvieran en el césped intentando acelerar la flecha en la cabellera del francés. Gabi no ve a un jugador, ve a un caballo galopar a toda velocidad. En el Atleti también siguen su peinado. En ningún gol del sábado, la pelota pasó por la línea de tres volantes: Gabi, Mario y Tiago. Una flecha demasiado frontal y unos brazos demasiado veloces para esperar el tránsito de mitad de cancha. Uno, pelotazo de Giménez. Dos, presión en el ataque. Tres, contra y pique de Antoine. Esta vez palo. El Rayo Vallecano tiene una flecha que apunta a muchos lados: todos los jugadores tienen que tocarla para llegar al área contraria. El Atleti no se pone colorado, ya de por sí lo lleva en el uniforme, si la pelota solo pasa por dos jugadores y es gol. Paco Jeméz, entrenador del Rayo para los que aún no lo saben, preferiría que la tierra lo trague antes de que su equipo anote un gol así. El Rayo intenta ser algo así como un Barza del pueblo que conmueve – guardando las distancias-. Dos estilos distintos y R-E-S-P-E-T-A-B-L-E-S, así también como la imitación de Robin Hood de Diego Godín.

Antoine sigue acelerando pero da la impresión de que el balón nunca se alejará demasiado de su botín zurdo. En sus goles, intenta mantener el balón pegado como un imán a su empeine izquierdo. A tanta velocidad el balón podría salir disparado en cualquier momento, más aún con una cabellera que se empecina en empujar a Antoine hacia adelante, pero el francés es un jugador de consola Play Station: la pelota siempre se queda con él. Si ve que el portero se adelanta, golpea fuerte con la zurda con el interior del pie. La pelota se eleva unos pocos metros. Si ve que el portero no sale, se acerca a pocos centímetros de él, como queriendo provocar al arquero de tener su balón tan cerca. Pero cuando todos piensan que hay muy poco ángulo para definir, Antoine golpea con la cara externa del pie, sin elevar el esférico, hacia un pequeño espacio que ha dejado el arquero, que termina casi arrodillado frente a él. A veces celebra eufórico, a veces sonriente, siempre con esa cara de niño que maduró tras dejar la Real Sociedad, pero que no es suficiente para considerarla de adulto.

Arda se toma una pausa.

Antoine ya ha comenzado a correr.

Daniel R.

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