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Treinta y dos años convivimos con un compañero de dos caras. Era frecuente que muestre su mejor lado para que seamos su eco en las palmadas y en los gritos. Para que, antes de cualquier intento de animación, volviésemos la cabeza hacia nuestro sur para ver si íbamos adelantados, retrasados, o tal vez demasiado callados. Y esto último era un mal endémico; y una eterna discrepancia entre ellos y nosotros, aunque qué envidia teníamos de estar allí, joder. Porque el Frente no era un mal endémico; solo un grupillo de ellos lo era. Pero cuando este grupillo se imponía, cuando Mr. Hyde podía más que el Dr. Jekyll, cuando las cacerías de hinchas donostarrias se hacían efectivas y cuando el nombre de un asesino nazi sonaba tras cada coro de un cántico, veíamos sangre y sudor derramado en cualquier lugar menos en un campo de fútbol. El Frente Atlético se convertía en un mal menor excusado por ese mal endémico que hace ya mucho se apoderó del Bernabéu.

Quien no conoce su historia está condenado a repetir sus errores.

Nadie más que nosotros debería conocerla. Porque lo que puede suceder con el Frente es lo mismo que sucedió con el Atlético de Madrid. En 1987, un ladrón que descansa en corrupción salvaba al Atlético de Madrid del descenso y le devolvía al club la vida; pero lo condenaba a caminar torcido por el resto de las décadas. Ese año, el Atleti no descendió, no murió. Los Gil evitaron que el Atleti pudiera volver a nacer, que comenzara de cero, limpio, transparente y  consciente. El club siguió (y sigue) sucio: acumuló una deuda impagable, se descapitalizó, fue al infierno (lamentablemente, esta muerte tampoco lo hizo renacer) y la mediocridad se apoderó de su himno. Cerca de 27 años después, seguimos pagando las consecuencias de un club grande en lo futbolístico (y ya sabemos por quién), pero destruido institucionalmente. Seguimos pagando las consecuencias de no haber muerto aquel año. De no haber renacido.

Y no debe suceder lo mismo con el Frente, uno de los pocos patrimonios que quedan del club. El Frente debe morir, limpiarse y volver a nacer.  Y caminar derecho. Y caminar seguido por todo un estadio. De vez en cuando, las tradiciones deben reformarse para mejor. Si el Frente sigue caminando con ese grupillo de esvásticas, la lección que nos ha brindado la historia de nuestro club no habrá servido de nada. El cambio joderá, dolerá, y es entendible. Pero si queremos cambiar todo, si queremos que deje de ser visto como normal que un futbolista pueda recibir cincuenta mentadas de madre en un partido de fútbol (sí, que equivocado estuve en aquel artículo del 27 de diciembre del 2012), el miembro del Frente alejado de los bates de béisbol debe darse cuenta de que su enemigo no es la directiva, sino esos violentos en forma de cáncer que han causado su desaparición. La forma de vencerlos es, en un nuevo nacimiento (una agrupación reformada), demostrar que a aquellos violentos no los necesitamos. Que el fondo sur es más grande que ellos y si creen que el aliento solo viene de ellos, están equivocados. Y así quitarles la excusa del fútbol para sangrar a otros.

Es una oportunidad para demostrar que en el Frente el fútbol siempre estuvo por encima de la violencia. Que la barra más sagrada del Atlético de Madrid es más que un puñado de tíos que terminado el partido se reúnen indiferentemente con madridistas a beberse unas birras y planear cacerías. Demuéstrenle a la prensa que no todos son como los vándalos del Manzanares. Que ese dolor de la desaparición sea la energía para volver a crear para crecer mejor. Que el nuevo fondo sur no sea un mal menor, sino un bien mayor. Que el Dr. Jekyll se imponga sobre Mr. Hyde. Que el Atleti se imponga.

 Daniel R.

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