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El fútbol es un deporte seguido por millones de personas alrededor del mundo. Es un campo de batalla en el cual miles de fanáticos pueden liberar sus emociones, frustraciones, limitaciones y lograr lo que no pudieron en su vida cotidiana. Uno “siente” a un equipo de fútbol cuando ve en él el reflejo de uno mismo y cuando llega al éxito (ascensos, títulos, clasificaciones a torneos) se produce este efecto mágico en el cual el aficionado ve que algo con lo cual se identifica y se siente muy cercano logró el objetivo, y por lo tanto, él también. A pesar de haber estado a kilómetros (e incluso océanos) del campo de batalla, del gramado de juego, los aficionados sienten como suyo el éxito, la gloria, la meta lograda. Sienten que ellos aportaron su granito de arena y el éxtasis que se libera es enorme, único del fútbol. Las preocupaciones y problemas de la vida cotidiana pasan a un segundo plazo en este momento y observamos a través de nuestras retinas el logro heroico de nuestro equipo, algo que difícilmente podremos realizar en nuestra “otra” vida (la real) en la cual el trabajo, el alimento, la familia y la salud nos limitan de forma muy grande. Al no poder realizar estas grandes hazañas en nuestra vida “real”, las llevamos al fútbol y al deporte en general, las llevamos a un equipo (en mi caso de rojo y blanco) y a un terreno donde estás hazañas tienen más probabilidad de realizarse. Y cuando se realizan, también lo sentimos como nuestro. Sentimos que conseguimos la hazaña.

Pero falta más. El oportunismo del fútbol es una de las cosas más exquisitas para el ser humano. Cuando los pseudo-aficionados se lanzan a apoyar a un equipo, generalmente lo “sienten” cuando las cosa van bien y todo son triunfos y títulos. Cuando el equipo gana, el éxito también es suyo. Pero cuando las cosas comienzan a ir mal, cuando se pierden finales, cuando hay descensos y quiebras económicas muchos no dudan en salir del barco. Es ahí donde el oportunismo de los aficionados aflora ya que sienten el éxito del equipo como suyo pero no hacen lo mismo con la derrota. Cuando se pierde, la derrota es sólo de los jugadores y no de ellos, e incluso se deja de “sentir” al equipo. Y eso es lo que más les gusta a muchos del fútbol, que es un terreno en el cual uno “no puede perder”. Si el equipo gana, “que soy hincha acérrimo y nunca dude de ellos”, si pierde “son unos mercenarios”, “ni más con este equipo”. Se hace esto por dos razones. Primero, porque puede que en realidad no sentían al club tanto como pensaban. Y segundo, porque así evitan que los fracasos en la vida futbolística se “muevan” y se conviertan en fracasos de la vida “real”. Prefieren salir del barco para no sumirse en la derrota de su equipo. Si uno asume los triunfos como suyos, debería ser fiel y aceptar los fracasos como suyos. Algo poco usual en este fútbol moderno.

 Sin embargo, un equipo se vuelve diferente cuando estos hinchas que se subieron al barco en el triunfo, permanecen cuando se hunde hasta lo más profundo del mar. Y eso es lo que está pasando en el Atleti, la verdadera magia del fútbol. Hoy el Atleti ha perdido su primer título en la era Simeone y a pesar de las caras de tristeza de todos los atléticos, ninguno se ha bajado del barco. Casi por unanimidad, los colchoneros nos seguimos sintiendo orgullosos de nuestro club y si mañana se organiza en Neptuno un evento estoy seguro que asistirían gran cantidad de atléticos. Gran parte de este éxito lo ha logrado Simeone, que ha formado un equipo al cual casi no se le puede criticar, ya que si tiene defectos no es por culpa de los jugadores o el comando técnico, sino más bien de nuestra directiva.

Me dirán que los aficionados rojiblancos seguimos con el Atleti por el buen momento de forma actual, pero solo les faltaría recordar las gradas repletas del Vicente Calderón cuando se descendió a segunda.  ¿Cuántos hinchas del Madrid y Barza habrían olvidado a sus equipos si estos dejaban de ganar títulos por una década y descendían a segunda? Estoy seguro que muchos. Los colchoneros nos sentimos tan ligados a este club que tanto la derrota como el triunfo la asumimos como nuestra un fracaso del Atleti es un fracaso en nuestra vida “real”. Su sufre y mucho, pero también se disfruta mucho más en la victorias por la lealtad que cada uno sabe si la tuvo o no, tanto en las buenas como en las malas. Ya el escudo no va en la camiseta, va por dentro.

El Atleti dio otra clase magistral de lucha, entrega, sacrificio y humildad. El Barcelona, una vez más, no pudo hacer su mejor juego frente al Atleti y se vio totalmente minimizado con muy pocas llegadas claras de un conjunto que llegó a temer lo peor. El Atleti intentó y casi lo logra, las más claras fueron de los colchoneros. Arda Turan, Villa y Diego Costa estuvieron muy cerca de anotar ese gol soñado que hubiera realizado la hazaña en Cataluña mientras que los blaugranas se sentían perdidos en el campo. Las estrellitas mediáticas de Neymar y Messi no aparecieron. Incluso este último ni siquiera pudo agradecer el favor del terrible árbitro y erró un penal.

Otro árbitro, esta vez Fernández Borbalán, se sumó a la lista de la “Organización a favor del Barcelona y Madrid” inclinando la cancha para los blaugranas y asegurando que no sucediera ninguna nueva “anomalía” en el poder de los dos de siempre (en la final de Copa el Madrid ni siquiera pudo con favores arbitrales). Cuando los colchoneros pegaban o hacían un mínimo intento, para adentro. Cuando los culés pegaban y en serio, aquí no pasó nada. Cada recuperación agresiva del Atleti era una falta y se cerró el circo arbitral cuando el colegiado decidió expulsar a Filipe cuando ya faltaba poco. Una expulsión injusta si lo vemos desde el punto de vista de que Alves también se debió haber ido con él.  Y es que el Atleti también reaccionaba con golpes, pero lo hacía por la frustración e impotencia de un árbitro que permitía casi todo a un equipo, y nada al otro.

Final que permite soñar. Final en la cual quedó en evidencia que un equipo funciona y otro no. El Atleti está en un estado de total efervescencia deportiva y eso se ve ya que cada jugador ha triplicado su desempeño individual en beneficio del juego colectivo, que también se ha visto potenciado. Es increíble observar como un equipo que hace un año y medio perdía por goleada 5-0 en el Camp Nou ahora es capaz de mirar cara a cara a su rival blaugrana. Es capaz de mantener su arco en cero y estar cerca de ganarle una final a doble partido a un rival que lo cuadruplica en presupuesto y que tiene un estilo de juego definido desde hace décadas. El campeón se va con la copa con muchas dudas e inquietudes, mientras que el “perdedor” se va con la frente muy en alta y con un juego que promete para la Champions. Un juego pragmático y flexible de acuerdo a las circunstancias pero que tiene siempre los mismos denominadores: mucha intensidad, presión, rigurosidad táctica y contragolpes letales.

Decía en la crónica de la ida de la final que el Atleti vivía en un cuento de ficción. Una ficción que le había permitido vivir este presente tan glorioso de la noche a la mañana. No me animaría a decir que el cuento se ha acabado, que la gloria se ha acabado a pesar de que no haya sido posible seguir con este círculo soñado. Ha sido un golpe para nuestro sastrecillo valiente haber perdido esta copa pero anímicamente hemos salido al final del partido más confiados y seguros que nuestro rival. Porque lo dimos todo contra el “oficialmente” mejor equipo del mundo y las distancias futbolísticas se redujeron inmensamente tanto que la victoria estuvo muy cerca. Porque en los diarios deportivos de África, Asia, América y Europa hablaran de un Barcelona gris y de un Atleti que permite soñar a los suyos. De un Atleti que llegó a ser mejor que su rival. Yo también quiero soñar con otra cosa: con un Atlético de Madrid libre. Simeone ya lo hizo digno, pero no puede hacerlo libre. Con un Atleti libre en el cual no solo nos vayamos con el orgullo…. también con la copa.

Twitter: Colchonero2012

E-mail: atleti2012@hotmail.com